A. Stefan Râmniceanu
La obra de Stefan Râmniceanu difícilmente puede asociarse a un movimiento concreto, aunque su vinculación a la tradición bizantina rumana es bien conocida. “Condensado de sensaciones y experiencias diversas, su pintura es una sutil mezcla de dogma y sueño, donde las formas y las emociones se corresponden estrechamente, constituyendo un vibrante poema cósmico”, afirmaba en 2001 Arlette Sérullaz, conservadora general honoraria del departamento de Artes Gráficas del Louvre. El lenguaje de la materia figura en el centro de la investigación plástica de Râmniceanu, mientras que la mayoría de sus obras presentan una estructura tridimensional. La acumulación de estratos, con penetrantes variaciones de color, confiere a sus cuadros una estructura en relieve, casi escultórica. “La perspectiva no me interesa mucho, me adentro en la profundidad de la materia, es más bien lo que se esconde en ella lo que me interpela. Como vivo mucho en mi mundo interior, a través de esta quimera, que es la pintura, intento expresar todas mis angustias, mis desesperanzas, mis miedos”, explica el artista.
En un momento en el que la provocación a menudo se erige como sistema creativo, Stefan Râmniceanu se pone del lado de la espiritualidad en el arte. El artista define esta búsqueda como un camino iniciático hacia la figura -arquetipo de un “ser universal”, resurgimiento contemporáneo del hombre del Renacimiento. Si se mira más de cerca, su energía creativa recuerda la máxima de Albert Camus, “toda blasfemia es reverente, participa en lo sagrado”, tanto que el deseo de ruptura que atraviesa la creación de Râmniceanu se enriquece con las tradiciones pictóricas de siglos pasados. “No pinto con tubos de pintura ni con pinceles, pinto con el recuerdo de las cosas”, declaró.
Durante los últimos cuarenta años, su obra se ha desarrollado en un proceso de acumulación y cruce de temas, motivos y símbolos, que se repiten y se solapan en repetidas ocasiones en diversos medios. Del metal, el hormigón, el alambre y otros materiales heteróclitos emergen conexiones altamente simbólicas. Numerosas capas untuosas de colores apagados confieren a la superficie de sus cuadros una estructura en relieve, una plasticidad casi escultórica. Se construye así un vocabulario en la intersección de varias disciplinas (pintura, fotografía y escultura), que el artista sigue esforzándose por desarrollar. Ahora reconocida como parte integrante de su obra, la escultura se ha vuelto progresivamente cada vez más monumental, tal como como ilustra, en particular, Le Bâtisseur (El Constructor), una pieza de 8 m de altura realizada en 2014 y presentada ese mismo año en el Palacio Mogoșoaia, durante la retrospectiva Marks, en Bucarest. Este acontecimiento marcó el regreso del artista a Rumania, país que abandonó en 1991 para instalarse en Francia.
En esta ocasión, el historiador Răzvan Theodorescu escribió: “Stefan Râmniceanu, el artista que en sus comienzos pintaba paisajes de una introspección digna de algunos lienzos de Andreescu, testimonia, una vez más, su pertenencia a esta cultura mediante el recogimiento grave y monumental de sus morfologías, mediante las cordiales armonías cromáticas, y su imaginario que desciende de todos aquellos que, en esta parte del mundo, han sabido llegar a la espléndida herejía según la cual un trozo de madera que portaba una imagen -una ‘eikona’- podía ser venerada y que ante ella el ser humano puede superar sus propios límites en lo que los antiguos llamaban literalmente ‘ekstasis’. Nuestro siglo, más apegado al símbolo, a las escatologías y a lo universal, se ha reconocido en las espiritualidades antiguas a través de los grandes artistas del Este y de las revoluciones sobre todo, desde Kandinsky, Tatlin o Malevitch. En cuanto a las recurrencias de dichas espiritualidades, también pueden ser argumentos de la duración, del silencio, de la espera.”
REFERENCIAS BIOGRÁFICAS
Stefan Râmniceanu nació 1954 en Ploiești, Rumania, y vive y trabaja en París y Bucarest. Antiguo alumno de la Facultad de Bellas Artes Nicolae Grigorescu, de la que se graduó en 1979, el artista es una emblemática figura del arte contemporáneo rumano. Desde sus primeras exposiciones obtuvo el apoyo del público y de la crítica. El pintor es uno de los “artistas que saben seducir, irritar y sorprender; en otras palabras, tiene el don de ser impredecible.”, escribió el filósofo e historiador de arte Andrei Pleșu.
La trayectoria artística de Stefan Râmniceanu comenzó en la Rumania de los años 80. Sus dos primeras exposiciones individuales, en el Teatro Giulești (1979) y la Galerie Amfiteatru, de Bucarest (1980) fueron seguidas de la concesión de la beca de la Unión de artistas plásticos de Rumania, el premio de la revista Amfiteatru y de la participación en diferentes concursos y exposiciones colectivas. En 1985, Stefan Râmniceanu fue invitado a exponer simultáneamente en dos galerías de renombre de la capital rumana: el Atelier 35 y la Galerie Orizont. El evento atrajo la atención de destacadas personalidades de la cultura como el crítico de arte e historiador Radu Bogdan y el escritor y filósofo Nicolae Steinhardt, que se centraron en la manera en la que el pintor replanteaba la luz. Para el historiador Răzvan Theodorescu, la obra es prueba de que el arte rumano tiene futuro. Los años siguientes, el artista multiplicó sus exposiciones colectivas internacionales en las que representaba a su país en Hungría, Austria y Bulgaria, y ganó su primer premio internacional en la Trienal de Pintura de Sofía.
En 1988, Stefan Râmniceanu organizó Ferecătura en el palacio principesco más antiguo de Bucarest. Destinada a celebrar el tercer centenario de la subida al trono del Príncipe de Valaquia Constantino Brancovan, la exposición se proponía reinventar la gramática del arte bizantino ortodoxo mientras la dictadura comunista, impuesta por Nicolae Ceaușescu desde hacía 33 años, se estaba fisurando. “Tu arte es una respuesta reconfortante al derrumbe de los palacios, porque conviertes los escombros en una enorme caja de resonancia para una nobleza de espíritu cargada de historia y esperanza”, escribió su profesor, el pintor Ion Sălișteanu, en octubre de 1988. Años más tarde, el crítico de arte y antiguo embajador de Rumania ante la Unesco, Dan Hăulică afirmó: “Fue realmente una llamada para todos nosotros, una llamada a la memoria, una llamada al coraje para restaurar el pasado…”.
Con la exposición de 1988, el artista fue invitado a los círculos diplomáticos de las potencias occidentales, que abrieron las puertas del “mundo libre” a su obra. Así es como el Ministerio de Cultura griego le propuso repetir Ferecătura en Atenas con el nombre de Report to Byzantium. Poco después de participar en la revolución rumana, en diciembre de 1989, Râmniceanu fue invitado por el gobierno francés e instaló su taller en París (1991). Se convirtió en pensionista de la Cité internationale des arts y obtuvo la nacionalidad francesa (1999). A continuación se sucedieron numerosas exposiciones en galerías e instituciones. En 2001, la conservadora general honoraria del departamento de Artes gráficas del Louvre y ex directora del Musée Delacroix, Arlette Sérullaz escribió el prefacio de la primera monografía dedicada a la obra de Stefan Râmniceanu, titulada Entre Orient et Occident, un alchimiste qui a traversé les âges.
En 2014, el artista elogió una vez más la memoria de Constantino Brancovan, trescientos años después de su fallecimiento. Con motivo de su gran regreso a Rumania, varias instituciones le dedicaron una retrospectiva excepcional, Marks (Urme). Se expusieron más de 400 obras, entre ellas 30 esculturas monumentales.
La obra de Râmniceanu está presente en muchas colecciones privadas y públicas, en Alemania, Argentina, Bélgica, Brasil, Bulgaria, Canadá, España, Estados Unidos, Francia, Grecia, Italia, Japón, Mónaco, Marruecos, Países Bajos, Portugal, Rumania, Reino Unido, Suecia, Suiza, Túnez, Turquía y Venezuela.