Éric Bourret
"Arbos" y "Primary forest"
![](https://domaine-chaumont.fr/sites/default/files/styles/illustration_medium_crop/public/ged/arbos-060.jpg?itok=aJBqsrSo)
“Estoy constituido de los paisajes que atravieso y que me atraviesan. Para mí, la imagen fotográfica es un receptáculo de formas, energía y significado.”
Fotógrafo desde hace 30 años, Éric Bourret recorre los territorios denominados naturales para informar sobre el movimiento que los anima. De sus largas caminatas asociadas a una singular representación fotográfica nacen series vinculadas a la memoria del paisaje. “El recuerdo de los lugares es más vivo que el de los mortales enterrados que los erigieron para su gloria a costa del sudor y la sangre de los esclavos encorvados bajo los bloques, deslomados por las rocas talladas apiladas, mecano piramidal o dédalo laberíntico donde vaga y se pierde el eco de las voces superiores captadas por el objetivo hierático del fotógrafo”, escribió el crítico fotográfico Patrick Roegiers, sobre una caminata realizada por la tierra de los faraones.
Percibidas como las notas fotográficas de una partitura medida, las imágenes de Éric Bourret testimonian una experiencia subjetiva. Más de 6 meses al año, el artista-caminante no sólo se desplaza por Francia, Provenza o los Países del Loira, sino también por China y los bosques autóctonos de Sudáfrica. “En el Himalaya o en los Altos Alpes, caminar invita a la sobriedad. También puede ser un acto filosófico y una experiencia espiritual. […] La cámara de fotos, por su parte, registra, hace legible la experiencia del paisaje atravesado. La fotografía transcribe los flujos que animan el paisaje como los que animan nuestro propio cuerpo. […] Caminar durante ocho horas al día genera fisiológicamente una actitud diferente hacia el espacio y una auténtica puesta en forma. A tal punto que, al final, ya no sé si veo con los ojos o con mi cuerpo”, explica Éric Bourret, con motivo de la exposición que se presenta actualmente en el Museo de Lodève, Hérault.
Durante estas caminatas, el artista toma muchas fotografías siguiendo un protocolo sumamente preciso. Trata de captar el flujo incesante que inerva el paisaje, como las vibraciones de una energía en el interior del terreno, y se las ingenia para estar como despojado del resultado. Cada imagen debe revelar y escapar, provocando una sensación de vértigo, señal para el fotógrafo “de que toca la realidad”, como explica el sociólogo Gilbert Beaugé. Antes de continuar: “Para una imagen que se basta, Éric Bourret habla de ‘culminación’, ‘fuerza’, ‘implacabilidad y ‘vida propia’ pero sobre todo de autosuperación.”
Así, el fotógrafo se sume en una contemplación muy personal del paisaje sin desarrollar nunca una intención documental. Sus búsquedas se orientan hacia un desbordamiento poético sumamente poderoso que descubre en el corazón de la naturaleza. “Parece que el fotógrafo mira el paisaje como un landartista pero sin intervención directa y sin apropiación. No lo toca, está dentro para buscar las marcas de la progresión. Deambula como cae la nieve. Se deja tocar por un conjunto tangible de formas y materias, con una aguda percepción de los espacios en el espacio. Está dentro para anticiparse a las posibilidades de la experiencia del caminar y de lo visible”, subraya la escritora y crítica de arte Sophie Braganti. Esta poesía meditativa se inspira en las búsquedas del land art, del arte minimalista y de la performance. Elogiando la forma en la que los elementos del paisaje se imbrican entre sí, el artista se esfuerza por revelar la naturaleza como un poder creativo a semejanza del arte, ya sea que la mirada esté dirigida al microcosmos o al macrocosmos. “Las obras más gráficas de Éric Bourret se inscriben en esta amplia tradición antimaterialista, antinominativa y antiindividualista de la representación del mundo donde el artista ya no se presenta como creador sino como un medio, un transmisor y más prosaicamente aquí como un caminante que capta la realidad del mundo en la superficie de su pantalla fotográfica”, afirma el conservador Jean-Rémi Touzet.
La mirada, que explora la obra de Éric Bourret, puede cuestionarse sobre la naturaleza exacta de lo que ve. ¿Es realmente fotografía? ¿No sería más bien dibujo, grabado o pintura? Esta incertidumbre fascina y hace fluir tantas referencias artísticas como imaginarias. El fotógrafo, por su parte, no duda en evocar tanto a Simon Hantaï como a Gerhardt Richter o, en lo relativo a la fotografía, a Gustave Le Gray. Aunque la obra de Éric Bourret se inscribe en el hilo conductor de la historia del arte, no significa que olvide las preocupaciones del mundo contemporáneo y los repetidos golpes asestados al planeta. “Al rechazar cualquier horizonte, manteniéndose lo más cerca posible del propio acontecimiento, las imágenes que tomó a orillas del lago Sagalou confirman en este sentido que cualquier superficie, ya sea la de nuestro planeta o aquella sobre la que se organizan nuestros proyectos biográficos, es ante todo un teatro de ilusión donde las categorías de cercano y lejano, de antiguo y de nuevo, donde la plasticidad de las cimas, las llanuras o los abismos son al fin y al cabo los figurantes, tan efímeros como fugaces de nuestras intrigas humanas”, afirma el escritor Pierre Parlant.
REFERENCIAS BIOGRÁFICAS
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Éric Bourret nació en 1964 en París, y vive y trabaja tanto en Francia como en algunas de las regiones más recónditas del mundo, desde las cimas del Himalaya hasta los fiordos islandeses, pasando por los bosques autóctonos de China y las islas de la Macaronesia. Su obra de artista-caminante se inscribe en la línea de los landartistas ingleses y de los fotógrafos itinerantes de paisajes. Desde comienzos de los años 1990, recorre el mundo a pie, haciendo fotos que él llama “experiencias del caminar, experiencias de lo visible”. Con estas imágenes, Éric Bourret expresa las profundas transformaciones sensoriales y físicas que provoca el caminar, que exacerba la percepción.
Durante los periplos, desde unos pocos días hasta varios meses, aplica un protocolo, decidido de antemano, que determina el número y los espaciamientos de las capturas de imágenes, y luego superpone las diferentes vistas de un mismo paisaje en un único negativo. Estas secuencias intensifican y hacen perceptible el movimiento de los estratos geológicos, eliminando las temporalidades ordinarias de los seres humanos. Esta efeméride fotográfica empuja la estructura de la imagen inicial y crea otra realidad a la vez en movimiento y sensible. La imagen es vibrante, casi animada. Unas series más fácticas insertan fecha, lugar, duración y distancia recorrida y, de este modo, transmiten el ritmo y el espacio de este diario de marcha.